viernes, 14 de enero de 2011

un día en el Sahara

¡María, ya son las 8! dijo Carmen en voz baja. 
Abrí los ojos lentamente, la habitación estaba totalmente oscura. Sin pensarlo ni un segundo, salí de mi saco de dormir rápida y muy torpemente. Corrí hacia la puerta, iluminada por un gran sol, el sol del Sahara.
Crucé la puerta y seguidamente una gran ráfaga de viento mezclado con arena, polvo, calor... chocó contra mi cara, intenté respirar, pero una enorme sensación de asfixia lo impidió. Estuve parada unos segundos mirando al frente, después bajé la vista hasta mis pies descalzos que estaban pisando la arena, la arena del desierto del Sahara. Justo en ese instante aquel sentimiento de asfixia desapareció y una pequeña sonrisa se dibujó en mi cara, por fin..., por fin estaba allí, estaba pisando la arena, ahora sí, en ese momento mi sueño se hizo realidad... Cerré los ojos, volví a respirar profundamente y entonces el aire me pareció mas limpio, suave y fresco que nunca. 

Mi primer día en los campamentos fue muy intenso. En primer lugar fuimos al Taller de Cerámica donde conocí las primeras chicas saharauis. Cinco chicas que no paraban de sonreír y que con una simple mirada conseguían que tú también lo hicieras. Mis compañeros tenían mucho trabajo allí, con lo cual, yo decidí salir sola a investigar y a empezar con la fotografía. Sinceramente estaba bastante asustada, ya que iba sola, no entiendo el Hassanía (un dialecto del árabe, es la primera lengua utilizada por los saharauis) y además no quería que alguien, molesto por mis fotos, me llamara la atención. Aún así, cogí fuerzas y me dispuse a empezar.

Desde lejos vi un cartel: museo de arte
Estaba pintado sobre una pared ocre y al lado tenía la bandera inconfundible saharaui. Sin pensarlo ni un segundo me acerqué, ya que me parecía peculiar encontrar un museo de arte en los campamentos.


museo de arte del Aiún

Comencé a disparar fotos, ese fue el momento en el que conocí a Madi.
Madi es un chico de 21 años, es muy delgadito, de estatura media, sus ojos son marrones y su piel oscura. Siempre lleva puesto elzam (turbante que cubre cabeza y cara) azul claro y oscuro y siempre, siempre, siempre esta riéndose, es muy divertido.
Madi es un gran pintor saharaui y sobre todo una gran persona. A partir ahí, y cada minuto que pasé en el Sahara, Madi estuvo pendiente de mi y dispuesto a ayudarme. Desde aquí: muchas gracias Madi.
Pasé toda la mañana con él, me estuvo mostrando y hablando, muy amablemente, de cada uno de sus cuadros, de su campamento, su vida, su familia, sus amigos, sus sueños... Las horas se pasaron como minutos, parecía que nos conocíamos de toda la vida. Fue una bonita mañana.

Madi, el mejor pintor saharaui




Me encanta conocer a una persona en pocas horas y saber que es un amigo para siempre.



Lo que también me parece impresionante y maravilloso, es que cada una y todas las personas que te cruces al día (te conozcan o no) te miren, te sonrían y se acerquen a saludarte. Incluso ves niños de 2 o 3 años que están a más de 50m de ti y levantan sus pequeñas manos para decirte hola.
Sin duda, lo mejor de este viaje ha sido cada persona que he conocido.

Totalmente verdad, vuelvo a decirlo, en este desierto no crecen flores, pero florecen personas.

Llego la noche, y todos estábamos preparados para viajar hasta Auserd (otro campamento saharaui) donde vive Matu, una niña de 14 años encantadora que ya había estado en España varias veces y hablaba castellano perfectamente. 
Sinceramente el viaje se hizo eterno, ya que el "coche" en el que viajábamos no era precisamente muy cómodo, estábamos cruzando el desierto, el cual, estaba lleno de piedras y baches, y como es lógico, no parábamos de movernos y tambalearnos. Además de todo esto, había sido un día largo y llevábamos horas sin comer. 
Por fin llegamos a la casa, baje del coche algo mareada y fui a coger mi mochila.
Miré a la puerta de la casa, estaba toda la familia ahí esperando, con una sonrisa enorme en la cara. Entonces todos los niños salieron corriendo a abrazarnos, no sabría como describir lo que sentí en ese momento. Solo sé que me quedé abrazada a una niña, Safia de unos 6 añitos. Me separé sin dejar de abrazarla y la miré, ella me miró y sonrió, justo en ese momento, el hambre, mareo, y malestar del viaje desapareció, estaba feliz, muy feliz.


la dulce Safia

Todos pasamos a la casa, pasamos un par de horas hablando, jugando con los niños, comiendo galletas... estábamos muy cansados, pero ahí sacas fuerzas de donde sea.
Fue maravilloso descubrir, como puedes llegar a entenderte, comunicarte y divertirte tanto con otra persona sin la necesidad de un mismo idioma. 
Sí, creo que es así, en el Sahara te puedes comunicar solo a base de sonrisas, ese es el idioma mas hablado, seas como seas, vengas de donde vengas, te conozcan o no, siempre, siempre te sonríen.
Ojalá este idioma fuera universal, todos nos entenderíamos mejor.

Después de cenar llegó el momento del té, el sabroso y exquisito té, una de las mas importantes tradiciones saharauis.


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